Amor y orden social

Uno de los misterios de la vida es el ansiado amor. Desde que el mundo es mundo y los humanos adquirimos discernimiento, el amor ha sido nuestro único fin y nuestro único principio y el sentidos de todas las cosas. Todas las religiones, sectas y filosofías a lo largo de la historia han desarrollado miles de escritos e investigaciones sobre esta droga divina que no deja indiferente a nadie, incluso a los depresivos que ya no les queda un atisbo de alegría de vivir, ni sentido existencial.

En el instante en que el estado y el dogma eclesiástico hicieron acto de presencia nos arrebataron el placer y el amor natural. Para los cristianos primitivos los «Gnósticos- Maniqueos y la doctrina albigense«, la naturaleza es corrupta y hay que rechazar el señuelo de los sentidos, ya que, era una herejía el solo acto de amor a una dama sin tener pretensiones más allá de la copulación para el matrimonio o para engendrar hijos y servir a Dios. Así, toda dama que recibiera de buena gana los halagos del trovador enamorado era una hereje hija de Satanás.

En cambio, en la poesía de los trovadores, la naturaleza en su momento más noble es la consumación del amor,es un fin y un prodigio en sí misma; y los sentidos ennoblecidos y refinados por la cortesía y el arte, la templanza, la lealtad y el valor, son los guías que conducen a esta consumación. Algo que ocurre cuando el corazón es noble y puede transformar nuestra naturaleza. Y es ahí donde en plena edad media, a finales del siglo XI en las cortes del sur de Francia, especialmente en Aquitania y Provenza,  nace «el amor cortés». Un ideal de amor divino y elevado alejado de las convenciones sociales y las obligaciones matrimoniales. Con el único objetivo de amar al otro sin condiciones y honrar su presencia y su alma sin artificios. El amor cortés viene a alimentar los anhelos naturales románticos de hombres y mujeres casados por intereses económicos, sociales y sin ningúna admiración mutua.

En la lírica de los trovadores y en el culto cortesano apenas se atisba la caída del hombre, ni la herencia del pecado original, ni la corrupción de los sentidos del mundo. Lejos del éxtasis del amor ogiástico de Dionisio (el eros), y lejos de la cena eclesiástica de la unión con Cristo (el ágape) existe un intermedio que es el amor de los trovadores, que unifica ambos principios, el carnal nacido de la propia naturaleza, ( goce del sexo, instinto y deseo) y el divino espiritual, (la elevación de los sentimientos y la adoración del ser cósmico). Ambas nos habitan y son necesarias para llegar a la verdadera consumación desde el corazón noble.

Todo el significado de sus estrofas radica en la celebración de un amor cuyo fin no era ni el matrimonio ni la disolución del mundo. Ni siquiera la unión carnal, ni como para los sufíes el disfrute, por analogía con el gusto por el vino, (un amor divino) y la extinción del alma en DIOS. SU FINALIDAD ERA, MÁS BIEN, LA VIDA EN LA EXPERIENCIA DEL AMOR COMO UNA FUERZA PURIFICADORA, Y SUBLIMADORA. Es la experiencia de sí misma, abriendo el corazón traspasado a la conmovedora melodía, triste, dulce, amarga y grata a un tiempo, del ser, a través de la angustia y la alegría del amor.