Ese es el bicho que nos habita dentro, aquel cromañón que nunca dejó de estar en toda nuestra narrativa humana y en toda nuestra bilogía e historia terrestre, y que, aunque queramos tapar nuestro estado salvaje con sofisticados ropajes y complejos lenguajes, aquella bestia nos habita quieras o no, y lo hará por siempre mientras estamos en esta tierra.
Esa maravilla salvaje, que a pesar de su bestialidad y brutalidad, tenía más libertades e inteligencia que la del “ser evolucionado” o más bien “el ser domesticado”.
Esa es la eterna guerra entre el YO, un ser egocéntrico creado para un mundo basado en ideas dentro del mundo creativo, y un SER SALVAJE nacido para trepar montañas, habitar los bosques y conectar con las estrellas.
El HOMBRE es la contradicción en persona, es una mezcla explosiva, es DIOS viendo su carne en movimiento. Es algo grandioso y tremendamente horroroso.
Solo los que llegan a conectar con el SALVAJE, pueden coexistir con ambos seres dentro de sí mismos, más con uno solo estaríamos cojos, sordos, ciegos y mudos. Nos perderíamos el instinto, que es el olfato depredativo, y el que te protege de los intrusos, de tus enemigos y es la guía que te lleva de nuevo a casa, al origen.


